Mexicráneos en Paseo de la Reforma



Por: Carolina Romero

Sólo la muerte hace iguales a los hombres. Es el acto más justo sobre la Tierra; a todos lleva tarde o temprano y al final, vuelve indistintos a unos de otros. En los huesos no hay clases, jerarquías, razas ni estatus. Es el único momento en el que la equidad encuentra un sentido pleno.

En México —ya se sabe— se lleva a cabo una de las celebraciones a la muerte más hermosas del mundo. Este año no será la excepción y la Ciudad será la sede de 50 enormes cráneos que reposarán sobre su avenida más importante para el disfrute de todos los citadinos.

El origen de estas esqueléticas representaciones se encuentra en el México de finales del siglo XIX. La crítica social de la clase media comenzó a incrementar en diversificación y poder. José Guadalupe Posada popularizó la imagen de un calavera ataviada como crítica a la situación de desigualdad y pobreza por la que que atravesaba el país.

La “Calavera Garbancera”, como fue llamada por el pintor, era el resultado de un descontento social manifestado desde las entrañas del imaginario colectivo. Un garbancero era un personaje reconocido por pretender negar sus orígenes indígenas —debido a que se refería a un vendedor de garbanzos y no de maíz—. Este adjetivo se utilizó para denunciar a una sociedad mexicana que pretendía ser lo que no era; vendía una idea de progreso nacional e ideales europeos que no eran cercanos a la cruel realidad por la que atravesaban miles de mexicanos sumergidos en la pobreza y la marginalidad.

Las sátiras políticas fueron fundamentales para hacer crecer este fenómeno. Las caricaturas recurrentes en publicaciones como El hijo Ahuizote, Regeneración y El Imparcial hacían de la crítica social un elemento que comenzó a adquirir una identidad propia: un repudio frontal acompañado de un sentido del humor ácido.

Fue hasta que Diego Rivera resignificó esta imagen —colocándola en su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central—, que se popularizó como “la Catrina”. En este comienzo, “catrina” y “catrín” también tenían una lectura social: era la manera de designar a un citadino de clase acomodada que se vestía de manera elegante. 

Entonces la figura de la calavera no estaba directamente relacionada con las festividades del Día de muertos; sin embargo, poco a poco esta imagen fue siendo abrazada por la cultura popular hasta convertirse en un símbolo inconfundible de esta celebración.

Mexicráneos presenta 50 esculturas monumentales —cada una de 140 centímetros de largo—. En ella participaron 50 artistas de diferentes puntos de la República quienes dieron a cada una de ellas una identidad distinta; algunas rememoran recientes sucesos nacionales —como el terremoto del pasado 19 de septiembre— y otras incluso nos muestran simbolismos del arte contemporáneo.

Con la participación de artistas como Cocolvú, Gonzalo Correa, Alejandro Filio, Carla Arouesty, Diego Rodríguez, Magda Torres, Marijo Alonso, Víctor Hugo Reyes y Marco Zamudio, estas calaveras estarán en el Paseo de la Reforma hasta el 15 de noviembre.

De acuerdo con los organizadores, la importancia de este tipo de eventos es continuar alimentando la tradición del Día de muertos, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial; pero mucho más allá de los reconocimientos internacionales, celebrar este día es esencial para nutrir una identidad única y rica, que va creándose y transformándose con el paso de los años, sin mencionar que con ello también enriquece la vida de cada uno de los habitantes de este país.


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