La epidemia del baile


Por: Itzel Fernández Ortega

Los expertos suelen llamar a esta extraña epidemia como «coreomanía», derivado del griego khoreia, que significa ‘baile’, y mania, locura.

La historia dice que este suceso ocurrió en una calle de Estrasburgo de julio a agosto de 1518 cuando una mujer, Frau Troffea, sin ninguna razón se puso a bailar sin parar.

Luego de cuatro días, se le unieron al frenético baile 34 personas y después de un mes, ya sumaban 400 bailarines. Muchos de ellos murieron por males derivados de este baile sin descanso.

La nobleza de aquel entonces se preocupó por estos sucesos, así que pidieron el consejo de médicos quienes diagnosticaron esta enfermedad como una dolencia natural que se debía al exceso de sangre caliente. Así que decidieron curarles dejándolos bailar, les abrieron salones de baile y les enviaron música pero «el remedio», no sirvió de nada. Poco a poco a medida que su estupor avanzaba los bailarines sufrieron fractura de huesos, ataques epilépticos, infartos y derrames por el agotamiento.

¿A qué podemos atribuirle este suceso?

Esta epidemia afectó en su mayoría a campesinos, artesanos, zapateros, jornaleros, sastres, criados, mendigos y amas de casa, poca gente de la nobleza se vio afectada.
Otras circunstancias más específicas como las creencias de los habitantes de la Edad Media, quienes generalmente creían fervientemente en la iglesia y en sucesos «sobrenaturales», tenían un miedo irracional que los llevaban a conductas extremas.
Es importante mencionar que poco antes de la epidemia hubo hambrunas, crudos inviernos, heladas, tormentas, veranos abrasadores que acabaron con los cultivos, todo esto llevó a la población a la desnutrición.
La gente no soportó la escasez y se vio obligada a pedir préstamos, matar a los animales de sus granjas, mendigar o pedir limosna para soportar las penurias.

Esto facilitó la presencia de enfermedades como la viruela, la sífilis, la lepra, «el sudor inglés» que se extendieron por toda la zona. Por supuesto todas estas condiciones contribuyeron en ciertos comportamientos colectivos.
Paracelso, médico y alquimista de la época, atribuyó estas «danzas patológicas» a estados de lujuria, estados mentales anormales hasta factores físicos no identificados.
De hecho en una ocasión explicó que Frau Troffea tenía un carácter y orgullo contra su marido a quien no deseaba obedecer y no le permitía importunarla y si éste lo hacía, ella comenzaba a bailar y culpaba a esta conducta a una fuerza sobrenatural.

Sus bailes asustaban tanto al hombre que no la molestaba y como la estrategia no fallaba, según creía, fue adoptada por otras mujeres con el mismo éxito.
Otra de las hipótesis que tratan de explicar este fenómeno es la alimentación de la población, Eugen Backman, autor de Bailes religiosos en la iglesia cristiana y en la medicina popular, realizó pruebas químicas y biológicas y concluyó que lo más probable era el moho que crece en la humedad de los tallos del centeno.
El Cornezuelo de Centeno era el principal producto de aquella clase baja que se alimentaba de pan de centeno. Esta hipótesis señala que el pan estaba infectado con toxinas y principios psicoactivos que causaban efectos en la corteza cerebral. Una de esas toxinas era el ácido lisérgico.
Sin embargo hay quienes descartan la posibilidad ya que el lsd provoca visiones y no energía para bailar. Y según se dijo los danzantes caían al suelo, se arrastraban de espaldas, perdían el conocimiento, echaban espuma por la boca, tenían convulsiones y contracciones en las extremidades y una vez que volvían en sí no recordaban nada de los ocurrido.

Comentarios