10 frases inmortales para recordar la obra de Juan Rulfo



Por Francisco Güemes Priego

Alguna vez Rulfo escribiría “a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados les da flojera hacer otra cosa”. A él le gustaba leer mucho, le apetecía la historia, la música de la Sinfónica Nacional y la fotografía. 

Es el autor mexicano más traducido, leído y estudiado en el mundo; un aspecto muy interesante de su obra es la universalidad que refleja la cantidad de lenguas a las que se ha traducido y en las que se sigue editando. El prestigio literario de Rulfo perduraría por siempre; la obra es reconocida y estudiada en México y el extranjero.

Nació en Sayula Jalisco, el 16 de mayo de 1917, es considerado, pese a la brevedad de su obra, apenas un libro de cuentos, El Llano en Llamas, y una novela, Pedro Páramo, como uno de los más brillantes exponentes de la literatura latinoamericana y es que, en apenas esos dos libros, Rulfo condensa un universo narrativo original en el cual se entremezclan lo local y lo universal,  la realidad más cruda y la fantasía más delirante, el sufrimiento más sórdido y el humor desbocado.    

Después de la publicación de sus dos libros en 1953 y 1955, Juan Rulfo se dedicó a escribir guiones de cine: “El Gallo de Oro”, “El Imperio de la Fortuna”, etc…, además de trabajar en el Instituto Nacional Indigenista. Autores de las dimensiones de Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez ensalzaron su obra al grado de encumbrarla entre lo mejor de la historia de la literatura universal. 

Juan Rulfo murió a los 68 años, el 7 de enero de 1986, pero para que no olvides lo mejor de su obra inmortal, te dejamos las siguientes frases: 

“Hacía tanto que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo.” (Pedro Páramo) 

“Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza”. (Luvina) 

“–Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?  

-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge”. (Diles que no me maten) 

“Ora vienes y me quieres remover el sentimiento; pero no sabes que es más dificultoso resucitar un muerto que dar la vida de nuevo”. (Paso del Norte) 

 “Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”. (Pedro Páramo) 

“He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí te tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que le di!” Lo dije desde que supe que usted estaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente…” (No oyes ladrar los perros) 

“El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste: ‘lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él”. (Pedro Páramo)  

“Sólo las lagartijas buscan la misma covacha hasta cuando mueren. Di que te fue bien y que conociste mujer y que tuviste hijos, otros ni siquiera han tenido eso en su vida, han pasado como las aguas de los ríos, sin comerse ni beberse”. (Paso del Norte) 

“Felipa dice que los grillos hacen ruidos siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto”. (Macario) 

“No la metí en ninguna parte. La corrí. Y estoy seguro de que no está con las Arrepentidas; le gustaba mucho la bulla y el relajo. Debe andar por esos rumbos, desfajando pantalones”. (Anacleto Morones)


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