La historia del volcán que sepultó a dos pueblos enteros




Por: July Anguiano

México es una tierra de contrastes.
Sonará como una frase hecha, sacada del más plástico folleto turístico, pero hay que admitir que, en efecto, es así. Costas cristalinas y mucha vida marina en el Pacífico, costas de aguas cálidas y claras en el Atlántico, desiertos al norte, selvas al sur, formaciones montañosas al centro y, por supuesto, volcanes. En Costa Rica hay cinco que debes visitar, pero en México también abundan, sobre todo los más intensos y hermosos. Entre ellos se encuentra uno con una historia peculiar. Se llama Paricutín.

Para algunos tendrá un significado simbólico más allá de lo real, pues el Paricutín ha sido capaz de inspirar obras de arte, así como también está estrechamente vinculado con la historia de los pueblos fantasmas de México que todo curioso adicto a las experiencias distintas debe visitar. Lo más interesante reside en su peculiaridad.

Si eres amante de la aventura, definitivamente este destino es para ti. Sobre todo si te interesa la historia de México, su vasto territorio y la pasión por la naturaleza. El Paricutín, conocido como el volcán más joven del continente americano, se sitúa entre el pueblo antiguamente conocido como San Juan Parangaricutiro (Nuevo San Juan Parangaricutiro en la actualidad) y Angahuan, en el estado de Michoacán. Cambió el rumbo de la vida de los habitantes de la zona el 20 de febrero de 1943, día en que nació y comenzó su actividad. El Paricutín es una de las maravillas naturales del mundo.

Este volcán de 2 mil 800 metros de altura tuvo su última erupción en 1952 —tras más de nueve años de actividad—, cuando sepultó bajo sus ríos de piedra derretida y magma a dos poblados: Paricutín —que fue borrado completamente del mapa— y San Juan de Parangaricutiro —del que aún se conservan partes de algunas edificaciones. Afortunadamente hubo suficiente tiempo para evacuar a las personas y no hubo ninguna tragedia que lamentar.

Ahora el Paricutín es una maravillosa atracción turística, pues consiste en un volcán que “el mundo vio nacer”. Al acercarse a su locación  puede apreciarse la majestuosidad de su rocoso cuerpo, confundido en el paisaje con las ruinas de la iglesia que se yerguen frente a él. Esta iglesia y su torre fueron las únicas sobrevivientes a la erupción y ahora forman parte del paisaje.

El recorrido —a pie— para llegar hasta la orilla del volcán dura una hora. Existe también la posibilidad de realizarlo a caballo junto con guías o habitantes de la región, quienes se encargan de contarles a los visitantes la leyenda del volcán y anécdotas y datos curiosos sobre el día que hizo erupción y arrasó con dos pueblos enteros.


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